Estaba en El Cairo de vacaciones y junto con el guía y otros turistas fuimos a una farmacia. Algunos querían comprar unos remedios. El solo llegar a la farmacia fue una odisea. Aunque estaba a pocas cuadras del hotel había que cruzar varias calles. Ahí me convencí de que en vez del “El Cairo” esa ciudad debería llamarse “El Caos”.
Son escasos los semáforos y los que hay no tienen el respeto de nadie. Aunque hay avenidas principales anchas, nadie respeta las pistas y el tráfico se desplaza igual que un piño de ovejas. Por favor entiéndase esto literal, no es una metáfora. Cada cual quiere pasar primero, ya sea conductor o peatón. Entremedio de todo se cruzan carritos con tracción animal, humana, locomoción pública que son como furgones de diez pasajeros que circulan con la puerta abierta. Se puede ver también señoras que cruzan con grandes cargas en sus cabezas, otros despitados hablando por celular, en fin, es la imagen del caos.
Me convencí que este es otro misterio de Egipto: no sé cómo no hay más accidentes ni atropellados. Además, me dio la idea de que ellos son fervientes creyentes en la inmortalidad del alma. Ni preocupados de que les vaya a pasar algo. Yo, por mi parte, cuando me tocó cruzar la calle “al estilo egipcio” me encomendé a cuanto santo se me ocurrió (y eso que soy atea con el favor de Dios). Estuve coqueteando con la Muerte. Crucé sin mirar a los lados. Me pasaron autos por delante y por detrás, en un mar de bocinazos. Parece que creen que la onda sonora va a mover a los peatones y otros vehículos. Llegué al otro lado, enterita, y me puse a buscar donde comprar un boleto de la suerte. Seguro que andaba con la buena racha ese día, seguía viva.
Ya en la farmacia, mientras algunos compraban, yo me acordé de comprar una máquina de afeitar. Por favor, el lector no vaya a pensar que yo soy la “Mujer Barbuda” del circo. Lo que pasa es que para no tener problemas en los aviones uno no lleva nada filoso o que pueda ser objetado. A pesar de que antes de comenzar la vacaciones había ido a la peluquería a depilarme por arriba, por abajo, por el medio y por todos los puntos cardinales, ya habían pasado casi dos semanas y los susodichos pelos, expuestos a estas temperaturas de treinta grados, crecían aceleradamente. Entonces, un repasito con la maquina de afeitar era la solución perfecta.
¿Y esto de interesante qué tiene? Nada. Lo interesante vino después. Pasado como dos días, el guía que nos había llevado a la farmacia me dijo:
- ¿Te puedo preguntar algo?
- Claro, dime.
- ¿Para qué era la máquina de afeitar que compraste?
Yo abrí los ojos sorprendida. No sabía qué contestarle. No sabía si me estaba preguntando en serio o era una broma.
Entonces, él me explicó que en la farmacia había sido tema de comentario, obviamente en árabe, por eso que yo no me di cuenta, el que yo hubiera comprado la máquina de afeitar.
Bueno, expliqué lo mismo, que era para rasurarme los pelitos que ya habían crecido y que habitualmente me depilaba con cera. Satisfecha la pregunta, el guía me dio las gracias y se fue.
Jajajaja disfruté mucho tu aventura