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Aventura en México (parte 1)


El otro día haciendo recuerdos salió a la conversación el viaje a México el año 1999. Fui con una amiga y lo pasamos muy bien.

Antes de relatar esta experiencia debo explicar algunas situaciones previas:

La reunión anual de IFATCA (International Federation of Air Traffic Controllers’ Association) se realizó en Santiago de Chile entre el 12 Y 15 de abril de 1999. Durante la conferencia conocí a muchos colegas controladores de tránsito aéreo de distintos países. Particularmente, con controladores mexicanos, ya que teníamos varios puntos de encuentro en lo profesional. Nos invitaron a visitarlos en Ciudad de México, algún día...

Y ese día llegó. Viajé con mi amiga y colega, que se había conseguido una rebaja del 100% en los pasajes aéreos Santiago – Ciudad de México – Santiago, con un amigo de ella que en esa época era Gerente de Avianca en Chile.

Nos embarcamos el 18 de mayo del mismo año hacia México. Todavía no había ocurrido la tragedia de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Por eso, siendo ambas controladoras de tráfico aéreo, pudimos visitar a los pilotos en la cabina; es más, aterrizar en ella. Hoy eso es imposible.

Había una escala de 6 horas en el aeropuerto El Dorado de Bogotá en Colombia. ¡Pero qué problema había...! Ninguno. Total andábamos de vacaciones sin apuro. Además, a caballo regalado... si los pasajes nos habían salido gratis. En la sala de fumadores nos pusimos a hacer vida social y como no se escuchaba nada de lo que decían los parlantes, se nos pasó la hora. De repente nos dimos cuenta y salimos corriendo a ver qué pasaba con nuestro vuelo. Íbamos llegando a la puerta y nos hacían señas.

- ¿A nosotras?

- Sí – dijo la encargada del counter- ustedes son las últimas. ¡Súbanse que se van a quedar abajo...!

Corrimos por la manga de embarque, entramos al avión e inmediatamente cerraron la puerta detrás de nosotras. Era el colmo llegar tarde al embarque si llevábamos 6 horas conversando... En retrospectiva no sé cómo nos podía dar tanto la lengua para parlotear sin fin.

Al igual que el vuelo anterior, pedimos sutilmente visitar la cabina, nosotras las controladoras chilenas. La tripulación encantadora y una vez más, pasamos el viaje conversando con los pilotos y aterrizamos con ellos. Pudimos observar en su magnitud Ciudad de México, lo grande que es. Se destacaba en la ciudad un edificio de 45 pisos llamado el World Trade Center (de México, obvio). En el último piso había un restaurante llamado Bellini, al que posteriormente fuimos a cenar y se podía observar desde ahí toda la ciudad.


Ciudad de México, World Trade Center Building, visto desde la cabina del avión.

Así llegamos al aeropuerto y nos acomodamos en un hotel cruzando la calle.

El aeropuerto de Ciudad de México... ¿Adivinen cómo se llama? Obvio, “Benito Juárez”. Es como nuestro Bernardo O’Higgins. Está en todas partes. Bueno, el caballero se las traía... después de su muerte lo declararon “Benemérito de la Patria y de las Américas”. Era abogado y político de ascendencia Zapoteca. Fue presidente en varias ocasiones. Las crónicas indican que tenía una estatura de 1.37 metros. Esto demuestra que para ser “grande” hay que llevar las ideas e ideales a la práctica sin importar el físico. Bueno, también Napoleón era de baja estatura.

Volvamos a lo nuestro. La habitación con 2 camas. Eran evidentes las diferencias entre mi amiga y yo. Mi maleta estaba casi vacía. Como una hora antes de irme al aeropuerto le había echado un libro turístico de México, La Inteligencia Emocional de Goleman, unas pocas pertenencias personales y 2 peluches: un Banana Split y un pingüino. Estos muy importantes.

Era una época en que estaba “enamorada”. Son esas etapas que después uno recuerda con vergüenza.



Ya estaba grandecita para esas chiquillerías. Mi amiga les decía “los monos”. Ellos pasearon por todas partes.

Mi amiga llevaba, yo creo, ropa para vivir un año. Todo lindo y bien doblado. Tenidas para cada ocasión desde sport a formal. Lo único que le faltó fue un traje de gala, creo...



Más contrastes:

Mi cama desordenada, la de ella estiradita, de esas donde una moneda rebota.

Para mí el jabón y shampoo del hotel, más que suficiente. Ella con un millón de botellitas. Crema para los ojos, la cara, el cuello, el cuerpo. Todo muy específico. Perfumes... varios. Con uno solo no era suficiente.

¡Cómo tanto...!, decía yo. Si viajar es una aventura. Importante llevar zapatos cómodos, bloqueador, mapa, tarjeta de crédito y pasaporte. Todo lo demás es absolutamente prescindible. Total si a uno le falta algo, se podrá comprar en alguna parte. Estábamos en el “D.F”, Distrito Federal, como se le conoce al centro de Ciudad de México y donde hay mucho comercio.

Nuestra primera aventura fue ir a visitar el Zócalo, era facilito, si teníamos el metro en la puerta del hotel... (continuará)

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